martes, 26 de febrero de 2008

El Corazon de la Iglesia




“…César (Nerón) había ordenado que antes de tres días quedasen encerrados en la cárcel de Mamertina (cárcel para reos de muerte) Pedro y Pablo…
¡Escóndete, maestro! ¡Huye de aquí! ¡Lejos de la fiera!
…A la mañana siguiente, muy temprano, dos figuras envueltas en negros mantos se encaminaban, siguiendo la vía Apia, hacia la Campania. Eran Nazario y el apóstol Pedro, que abandonaban Roma y a sus torturados hermanos…”


Nerón había empezado una carnicería contra los cristianos, después de incendiar Roma, para tapar su aberración genocida. Roma, centro de la cultura y el poder, estaba gobernada por un hombre tirano, loco, narcisista, depravado. Él era el producto de toda una civilización que se perdía en el placer y la banalidad, donde el sinsentido crecía en un círculo vicioso, y no sabía cómo llenar ese vacío que cada día aumentaba en sus corazones.

En ese lugar, lugar de muerte y pecado, lugar de desolación y desesperanza; ahí quiso Dios poner el corazón de la Iglesia, porque “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” (Rm 5,20).

La persecución de Nerón hacia los cristianos fue cruenta y despiadada, hasta llegar a matar a niños y ancianos sin el menor remordimiento; más aún, convirtió eso en un espectáculo popular.

Los primero cristianos en Roma supieron del martirio y del dolor, de perder a sus seres más queridos, de ver morir (muerte gloriosa) a PEDRO el primer Papa, el padre de la cristiandad, el representante de Dios en la tierra, y al apóstol de gentes PABLO.

“…Y como los más valerosos y entusiastas entre los creyentes yacían en la cárcel, como a cada instante llegaban las voces de los mártires y la noticia de los ultrajes, como aquella desgracia era superior a cuanto podía imaginarse, no había uno que no temblara por su propia fe y se preguntase: ¿Dónde está Cristo? ¿Por qué permite que triunfe el mal?... Soy viuda, no tenía más que a mi único hijo. ¡Devuélvemelo Señor!... Los esbirros ultrajaron a mi hija y Cristo lo ha permitido…”
Los primero cristianos también supieron del AMOR y la fidelidad, del ardor que consume los espíritus que han encontrado la verdad, espíritus enamorados de la misión, de anunciar la vida nueva en CRISTO, el camino de la salvación; los primeros cristianos supieron de la fe. Mas esa fe no era espontánea ni ingenua, esa fe era producto del testimonio de unos hombres dispuestos a morir amando y amar muriendo, testimonio de los apóstoles.

“…Pedro volvió a hablar. Empezó con voz imperceptible.
-¡Hijos míos! Yo mismo vi crucificar al Redentor en el Gólgota. Yo mismo oí los golpes del martillo con el que le clavaron en la cruz: y vi como ésta se levantaba en alto, para que el pueblo no perdiese el espectáculo de su muerte… Cuando me volví después de la crucifixión, exclame con el mismo dolor que sentís ahora vosotros: “!Hay de mí, Señor! ¿Eres Dios? ¿Por qué has muerto y por qué has entristecido los corazones de aquellos que creían que había venido tu reinado?” Pero Él, nuestro Dios y Señor, resucitó al tercer día después de su muerte. Y nosotros, convencidos de nuestra miseria y pequeñez de nuestro espíritu, nos hicimos más fuertes y desde aquel día nos dedicamos con afán a sembrar su semilla...”

Apóstoles, son ellos que renunciando a sus vidas, allá en Betsaida, siguieron al Maestro. “Señor ¿a quién iremos? tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Porque el que se encuentra con el Señor no queda igual. El que se encuentra con Él -como diría en una de sus homilías San Josemaría Escrivá de Balaguer- y lo sigue, le acompaña una alegría, recia, profunda, constante, que sólo desaparece cuando se apartan de Él.

“…Os hablo en nombre de Cristo. No os espera la muerte, sino la vida; no la tortura, sino la delicia inefable; no suspiros, no lagrimas, sino canticos alegres. Yo, el apóstol del Señor, os digo: ¡Oh viuda, tu hijo no morirá; renacerá a la vida eterna y tú te unirás a él muy pronto! ¡A ti, padre, a quien los esbirros deshonraron la hija inocente, te prometo que la encontrarás más pura que los lirios del valle! ¡A vosotros que vais a presenciar el martirio de personas queridas, a vosotros todos, infelices, temerosos, a vosotros los que debéis morir, os declaro, en nombre de Cristo, que despertareis de vuestro sueño para vivir toda una vida de felicidad! ¡En nombre de CRISTO, haced que la venda caiga de vuestros ojos y que se inflamen vuestros corazones!”

Fue en Roma donde martirizaron a los cristianos, fue allí donde Dios quiso fundar su Iglesia. Ni Napoleón, ni los bárbaros; ni los cismas, ni los protestantes; ni nada, ni nadie han podido destruirla. Roma centro de la catolicidad, casa de Pedro el Papa.
Uno contempla estos pasajes y atónito se pregunta: ¿Qué es lo que hace de un hombre, una fiera tan cruel? ¿Qué es lo que hace de un hombre, verdaderamente hombre? ¿De qué estaban hechos los primeros cristianos para soportar tales vilezas y oprobios?


“…Señor –dijo Vinicio–, al despuntar el día hazte conducir por Nazario a los montes Albanos, donde iré a encontrarte. Después te llevare a Ancio, donde nos esperará una nave para transportarnos a Nápoles y a Sicilia…
...Esconde tu sagrada cabeza –decían otros-. ¡No permanezcas en Roma! ¡Ve a otra parte a sembrar la verdad, a fin de que esta no perezca contigo y con nosotros! ¡Escóndete maestro! ¡Huye de aquí! ¡Lejos de la fiera!...
Por último, hasta Lino volvió hacia él su cabeza temblorosa:
-Señor –le dijo-, el Redentor te ordenó que apacentaras su grey, pero ésta no se halla aquí; ve, pues, adonde puedas encontrarla. ¿Por qué has de permanecer en Roma más tiempo?… Tú eres la piedra sobre la cual se ha edificado la iglesia de Dios… Mira nuestras lágrimas- repitieron los presentes.
También se había inundado en llanto el rostro del apóstol. Se levanto luego y extendió sus manos sobre los fieles, diciendo:
-¡Alabado sea el nombre del Señor y hágase su voluntad! ”

No cabe duda que la mirada humana sea limitada; que hace falta elevar el espíritu para tener un mejor panorama; no cabe duda que donde ve el hombre común muerte y desolación, el cristiano ve una misión por cumplir (luchar contra eso).

Pedro, el mismo que negó tres veces al Señor, Pedro, el que no quiso lavarle los pies, el mismo que con su amor iracundo corto la oreja al soldado que fue a tomar prisionero al Maestro; ese mismo Pedro, fue el pilar de la Iglesia cuando empezaba a dar esos primeros y firmes pasos. Ese mismo Pedro fue quien enfrento el terror y la muerte allá en esos lugares, allá en esos tiempos. Y, más que admirar la fuerza y la fidelidad de Pedro, admiro su humildad y piedad hacia el Señor.

En estos tiempos se resalta la fuerza y la constancia como virtudes necesarias para poder alcanzar nuestros objetivos, para alcanzar el éxito; sin reconocer que somos débiles e inconstantes. Se nos pide valor para enfrentar las dificultades y conocimiento para resolver los problemas. Y lo que nos falta es sabiduría, sabiduría y amor para buscar en el lugar adecuado todo eso, es decir: fuerza, constancia, valor y conocimiento.

“ …Las arboledas húmedas de rocío absorbían los primeros rayos de sol, despidiendo vivos resplandores a través de la ligera niebla matutina; se distinguían campos, casas, cementerios, aldeas, y los templos ocultos entre los árboles.
El camino estaba desierto… sobre las piedras de que estaba adoquinado el camino que conducía a la montaña resonaban los pasos de los peregrinos. Maravillosa aparición atrajo a las miradas del gran apóstol; le pareció que el círculo dorado, en vez de seguir el camino celeste, descendía de su altura para salir de su encuentro.
Pedro se detuvo, preguntando a su compañero:
-¿Ves aquel resplandor que se acerca a nosotros?
-¡No veo nada!- respondió Nazario.
Pedro, deslumbrado, hizo sombra a sus ojos con la mano y dijo después de breves instantes:
-Una figura viene hacia nosotros.
Pero no se oía ni una pisada en torno de los caminantes. El silencio era solemne; Nazario veía temblar las copas de los arboles, como sacudidas por una mano invisible.
La llanura iba aclarándose una vez más; el muchacho contemplaba sorprendido al apóstol.
-¡Maestro! ¿Qué tienes? –le preguntó asombrado.
El báculo de peregrino cayó de las manos de Pedro; sus ojos miraban fijamente hacia adelante, y su boca abierta denunciaba el más grande asombro; la sorpresa, la felicidad el éxtasis alternaban sobre el pálido rostro del anciano.
De pronto, extendiendo los brazos, cayo postrado, mientras con voz que nada tenía de humano exclamó:
-¡Cristo, Cristo!
Y bajo el rostro hasta el suelo, como besando los pies a un ser invisible. Después de largo silencio, del pecho oprimido del Apóstol brotaron las palabras:
-QUO VADIS,
DOMINE? (¿Adónde vas, Señor?)
Nazario no oyó respuesta alguna; mas en los oídos de Pedro resonó una voz triste, pero dulcísima:
-Si tú abandonas a mi pueblo, iré yo a Roma, para ser otra vez crucificado.
La frente del apóstol se apoyaba aún sobre el polvo del camino; Nazario temió que se hubiese desmayado o quizá muerto. Mas de pronto se levanto, y cogiendo con mano trémula el báculo, se volvió silencioso hacia las siete colinas de Roma.
El muchacho le siguió, repitiendo como un eco:
-Quo vadis, domine?
-¡A Roma! –respondió el apóstol en voz baja.
Y volvió a la ciudad."

A Roma, porque Roma era la misión, porque Roma era el centro del mundo, porque Roma tenía que ser cristiana y desde las siete colinas el Vicario de Cristo podría hacer de la Iglesia, una Iglesia UNIVERSAL, una Iglesia Católica. Porque «católico» proviene del griego καθολικός (katholikós), que significa universal.

Ignacio de Antioquía, discípulo del apóstol Juan y Pablo, en el año 110, da el testimonio más antiguo de este nombre: "Donde esté el obispo, esté la muchedumbre, así como donde esté Jesucristo esté la Iglesia Católica" (Carta a los Esmirniotas 8:2). En los tres primeros siglos de la Iglesia los cristianos decían "cristiano es mi nombre, católico mi sobrenombre".

Que grandeza la de Pedro, que valentía, que humildad, que docilidad al plan de Dios. Mientras unos piensan que, el obedecer es de débiles, se sabe que para aprender mandar y ser líder, primero hay que aprender obedecer y ser discípulo. Ese es Pedro, y lo han sido muchos Papas que en su tiempo les toco llevar el timón de este barco llamado Iglesia Católica Apostólica y Romana. Obedientes a la voluntad del Padre, siendo conducidos por María, “Madre de los Apóstoles”, se dejaron guiar por esa misma voz que Pedro, el primer Papa, oyera en la vía Apia; y con mano recia mantuvieron firme el timón por las turbulentas aguas de este mundo.

Me es difícil terminar estas líneas, porque es difícil saber lo que el Señor te pide, y como cristianos pertenecientes a la Iglesia Católica, no solo debemos hacer el bien y amar al prójimo como a nosotros mismos; como cristianos debemos discernir en cada instante de nuestras vidas la voluntad de Dios Padre; Así que dejo que termine el que comenzó: HENRYK SIENKIEWICZ, con su obra, Quo vadis?
"Pedro no tenía más que una sola respuesta para todas las preguntas que le dirigían:
-¡He visto al Señor!
En la noche de aquel día predico en el cementerio Ostriano y bautizo a todos los que querían purificarse con el agua de la vida.
Desde aquel día no falto nunca, siendo cada vez mayor el número de neófitos. Parecía que cada lágrima de los mártires había generado un cristiano, que cada suspiro lanzado en el anfiteatro(donde eran torturados los cristianos) había encontrado eco en mil corazones.
Cesar (Nerón) nadaba en sangre; Roma y el mundo pagano habían enloquecido. Pero los que sentían nauseas por todos aquéllos horrores, los que eran pisoteados y torturados, los infelices, los oprimidos, se agrupaban para oír la palabra de Dios, que por amor de los pecadores se había dejado crucificar. En aquel Dios, único digno de ser amado, encontraban lo que la sociedad de aquel tiempo nunca supo proporcionarles: ¡felicidad y amor!..."